La culminación del viaje del papa Francisco a Irak es una llamada a la esperanza en un tiempo tan difícil y complejo como el que vivimos.
Es una gran oportunidad, ahora que en el mundo parece que el sufrimiento es causado únicamente por la pandemia; remover de nuevo el foco hacia realidades de gran sufrimiento y desolación que parece que hace más de un año ya olvidamos.
Los diferentes conflictos armados, las guerras, sus consecuencias y las víctimas han sido una realidad clave a la que nos ha llamado el papa a mirar. Llama a alzar la voz contra la violencia y especialmente la que surge tras invocar la religión como excusa. Ante esta realidad debemos ser luz que clarifique los malentendidos y ponga en evidencia los errores del que esgrime la religión para espolear la violencia.
También las violencias cotidianas que encontramos en nuestro propio hogar, nuestro trabajo, y nuestras comunidades que van ahogando y asfixiando a aquellos que las sufren y muchas veces son silenciados. Hoy especialmente todas aquellas violencias que van contra las mujeres por el hecho de serlo y se dan en todo tipo de ambientes y realidades.
Esta denuncia viene seguida de la acción, del mandato expreso de la construcción de la paz. Pues requiere del esfuerzo y la suma de todos en vivir de forma fraterna; buscando la amistad y descartando los egoísmos que nos hacen ver al hermano como rival o enemigo. Esta paz no solo se construye en los territorios en conflicto, sino que hay que construirla en cada entorno y cada realidad.
Los religiosos Camilos meditamos las palabras del papa para seguir llevando paz a los corazones heridos por la enfermedad, la soledad o la pérdida cuidando con «más corazón en las manos».