Despidiendo la semana con un cuento

Ángeles viajeros

Dos ángeles viajeros se detuvieron a pasar la noche en casa de una familia adinerada, cuyos miembros, bastante groseros, se negaron a hospedar a los ángeles en el cuarto de huéspedes de la mansión y les ofrecieron un pequeño espacio en el sótano, sobre cuyo frío y duro suelo se dispusieron los ángeles a pasar la noche. Pero, antes de dormirse, el ángel mayor vio un hoyo en la pared y lo reparó. Cuando el otro ángel, más joven le preguntó por qué lo hacía, el mayor le contestó:

– Las cosas no siempre son lo que parecen.

A la siguiente noche, los dos ángeles fueron a descansar en la casa de un granjero y su esposa, los cuales eran muy hospitalarios.
Después de compartir con ellos la poca comida que tenían, la pareja dejó a los ángeles dormir en su cama, donde pudieran tener una buena noche de descanso.

Cuando el sol salió a la mañana siguiente, los ángeles encontraron al granjero y a su esposa llorando: su única vaca, cuya leche había sido su único sustento, había muerto en el campo.

El ángel joven se enfadó y le preguntó al mayor cómo había dejado que eso ocurriera:

– El primer hombre lo tenía todo y, aun así, lo ayudaste -le dijo-. La segunda familia no tenía nada, pero compartía amablemente lo que tenía, y tú dejaste que su vaca muriera.

El ángel mayor respondió:

– Las cosas no siempre son lo que parecen. Cuando estuvimos en el sótano de la mansión, noté que había oro dentro del hoyo en la pared. Ya que el dueño estaba obsesionado con la avaricia y no compartía lo que tenía con los demás, sellé el hoyo para que no encontrara el oro.

Anoche, mientras dormíamos en la cama de los granjeros, el ángel de la muerte llegó a por la esposa del dueño. En su lugar, le di la vaca. Las cosas no siempre son lo que parecen.

Para la reflexión:

– Puedo caer en la cuenta de que «las cosas no son siempre lo que parecen» en relación a …

– Quizá me cueste compartir o sea especialmente generoso en ciertas circunstancias…

 

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Cuento: El Vuelo del Halcón

EL VUELO DEL HALCÓN

Un rey recibió como obsequio dos pequeños halcones y se los entregó al maestro de cetrería para que los adiestrara.

Pasados unos meses, el maestro le informó al rey de que uno de los halcones estaba perfectamente, pero que al otro no sabía lo que le sucedía: no se había movido de la rama donde lo dejó desde el día en que llegó.

El rey mandó llamar a curanderos y sanadores para que vieran al halcón, pero nadie pudo hacer volar al ave. Encargó entonces la misión a miembros de la corte, pero sin resultado. Al día siguiente, el monarca pudo observar desde la ventana que el ave aún seguía inmóvil.

Entonces decidió comunicar a su pueblo que ofrecería una recompensa a la persona que hiciera volar al halcón. A la mañana siguiente, vio al halcón volando ágilmente por los jardines. El rey ordenó:

– Traedme al autor de este milagro.

Su corte rápidamente le presentó a un campesino. El rey le preguntó:

– ¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo hiciste? ¿Eres mago?

Intimidado, el campesino le dijo al rey:

– Fue fácil, mi rey. Sólo corté la rama, y el halcón voló. Se dio cuenta de que tenía alas y se echó a volar.

Para la reflexión:

– Si el halcón que no volaba me representara, sería porque…
– ¿En qué rama he podido yo asentarme más de lo debido?
– Y si a mi lado hay halcones que no vuelan, ¿qué ramas podría yo contribuir a cortar?

 

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El cuento de la escalera

Un carpintero se puso un día a construir una escalera.

Pasó un vecino, vio lo que estaba haciendo y le dijo:

-Si me regalas un pequeño trozo, a mí me servirá mucho, y a tu obra casi no le perjudicará, ¿podrías regalarme un tramo de tu escalera?.

El carpintero se rascó la cabeza y se lo dio. el vecino se lo agradeció y se fue contento. Después vino otra persona y le explicó que, permitiéndole usar unos peldaños, trabajaría y alimentaría a sus hijos. El carpintero accedió y le regaló unos peldaños. El hombre se retiró contento y agradecido. el carpintero continuó trabajando en su obra.

Pasó por allí una pobre mujer y le pidió que le regalara un pedazo de madera, ya que le era urgente arreglar una pared de su casa por la que se colaba el viento. El carpintero accedió. La mujer se alejó contenta y agradecida. Vinieron muchos más, y el carpintero seguía accediendo. El invierno era duro, la miseria muy grande, y el carpintero daba a todo el mundo trozos de su escalera, aun para quemarlos como leña.

Y decía:

– No comprendo, mujer. Mi escalera es cada vez más chica y, sin embargo, ¡subo por ella al cielo y cada día estoy más cerca!

Para reflexionar:

 

  • Con quién comparto yo mis «trozos de escalera».
  • ¿A quién me regalo cada día?
  • ¿Me dejo regalar partes de otras personas?

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