26/08/15
Los Religiosos Camilos promueven el cuidado de los religiosos mayores
Es un hecho el envejecimiento de las comunidades religiosas en España y en Europa en general. ¿Cómo cuidan estas instituciones a sus mayores y a sus enfermos? ¿cómo viven la experiencia de la “dependencia”? Exponemos unas pinceladas al respecto. En primer lugar un dato: en España hay aproximadamente 60.000 religiosos y religiosas, pertenecientes a unas 400 instituciones o congregaciones religiosas distintas.
Históricamente, en las comunidades religiosas ha habido una especial sensibilidad para cuidar de sus miembros en situaciones de fragilidad, enfermedad o dependencia. Algunos fundadores han llegado a decir que, si hacía falta, había que vender “hasta los vasos sagrados del altar” con tal de que los enfermos estuviesen bien atendidos. Esta especial sensibilidad se mantiene hasta nuestros días, pero en un marco muy distinto, al menos en Europa.
La nueva realidad a la que se enfrentan es la del envejecimiento de las comunidades. En el caso de España la edad media en las congregaciones se sitúa por encima de los 70 años. Faltan vocaciones, aunque en otros continentes la situación sea mejor. Casi todas las comunidades están formadas por religiosos/as mayores. Aunque ellos siguen al pie del cañón en sus múltiples actividades: educación, sanidad, acción social, pastoral… La palabra jubilación no existe en su vocabulario. Son un ejemplo de lo que ahora se llama envejecimiento activo. Tal vez por eso son tantos los que superan los 90 años de edad.
Pero el tiempo pasa inexorable y el porcentaje de los religiosos que necesitan cuidados para las actividades básicas de la vida diaria aumenta. Nos encontramos con mayores cuidando a mayores. Incluso religiosos mayores de 90 años prestando cuidado o apoyo a otros más jóvenes que ellos pero con peor estado de salud. Y todo ello con mucho amor y delicadeza.
Esto lleva a otra realidad nueva. Los religiosos, tanto en las instituciones de vida activa como contemplativa, siempre se han cuidado unos a otros. Pero ahora, dada su avanzada edad, necesitan contratar personal externo para que les ayude en esta tarea de cuidar. Esto tiene varias implicaciones:
• Un altísimo coste económico, que está poniendo en graves apuro a más de una congregación.
• Agrupación de los más necesitados de apoyos en comunidades específicas para poder prestarles mejores servicios. Son las llamadas “enfermerías”, “casas de mayores”, etc.
• La vivencia psicológica y espiritual de la dependencia: para personas que han consagrado su vida al servicio de los demás es duro asumir la dependencia de otros hasta para las actividades más básicas. El paso de “cuidar” al “ser cuidado” requiere una profunda madurez psicológica y espiritual para ser vívido positivamente.
Una bellísima expresión de esta madurez la encontramos en el testimonio del P. Cosme Robredo, un misionero salesiano español que trabajó muchos años en Perú y que era un gran músico. A los 83 años de edad, pocos meses antes de morir, le hicieron una entrevista y, entre otras cosas, le preguntaron cómo se sentía al estar en silla de ruedas. Respondió:
“Cosas de la vejez. Sigo teniendo muchas músicas en el alma y muchas notas en el corazón, pero ya no soy capaz de dirigir una orquesta. Dios me ha dado la claridad de mente y espíritu despierto, pero el cuerpo ya no acompaña. No lamento lo que no puedo hacer, hago todo lo que puedo en esta situación. Puedo arrastrar los pies, no quiero arrastrar el espíritu, ni quiero que mi espíritu camine en silla de ruedas.”
Junto a este testimonio está el de tantos religiosos y religiosas (está claro que no todos) que, con su manera de dejarse cuidar y de afrontar la experiencia de la dependencia y la cercanía de la muerte, nos dan un gran ejemplo a todos para afrontar la vida en todas sus dimensiones. Un testimonio de que su vida consagrada a Dios y a los demás ha valido la pena. Miguel Angel Millán, Fundación H.R. San Camilo. Artículo en Revista HUMANIZAR La misión de la FUNDACIÓN HOSPITAL RESIDENCIA SAN CAMILO, en su Programa de Atención a la Vida Consagrada, es promover la salud integral de cada persona conjugando competencia y humanidad, con un estilo propio y diferenciado, de inspiración cristiana y basado en la humanización de la asistencia. Asistencia que, además de cuidar, diagnosticar y tratar los enfermos y residentes en cualquier fase de su vida, busca prevenir la enfermedad, aliviar el sufrimiento y acompañar al enfermo.
Históricamente, en las comunidades religiosas ha habido una especial sensibilidad para cuidar de sus miembros en situaciones de fragilidad, enfermedad o dependencia. Algunos fundadores han llegado a decir que, si hacía falta, había que vender “hasta los vasos sagrados del altar” con tal de que los enfermos estuviesen bien atendidos. Esta especial sensibilidad se mantiene hasta nuestros días, pero en un marco muy distinto, al menos en Europa.
La nueva realidad a la que se enfrentan es la del envejecimiento de las comunidades. En el caso de España la edad media en las congregaciones se sitúa por encima de los 70 años. Faltan vocaciones, aunque en otros continentes la situación sea mejor. Casi todas las comunidades están formadas por religiosos/as mayores. Aunque ellos siguen al pie del cañón en sus múltiples actividades: educación, sanidad, acción social, pastoral… La palabra jubilación no existe en su vocabulario. Son un ejemplo de lo que ahora se llama envejecimiento activo. Tal vez por eso son tantos los que superan los 90 años de edad.
Pero el tiempo pasa inexorable y el porcentaje de los religiosos que necesitan cuidados para las actividades básicas de la vida diaria aumenta. Nos encontramos con mayores cuidando a mayores. Incluso religiosos mayores de 90 años prestando cuidado o apoyo a otros más jóvenes que ellos pero con peor estado de salud. Y todo ello con mucho amor y delicadeza.
Esto lleva a otra realidad nueva. Los religiosos, tanto en las instituciones de vida activa como contemplativa, siempre se han cuidado unos a otros. Pero ahora, dada su avanzada edad, necesitan contratar personal externo para que les ayude en esta tarea de cuidar. Esto tiene varias implicaciones:
• Un altísimo coste económico, que está poniendo en graves apuro a más de una congregación.
• Agrupación de los más necesitados de apoyos en comunidades específicas para poder prestarles mejores servicios. Son las llamadas “enfermerías”, “casas de mayores”, etc.
• La vivencia psicológica y espiritual de la dependencia: para personas que han consagrado su vida al servicio de los demás es duro asumir la dependencia de otros hasta para las actividades más básicas. El paso de “cuidar” al “ser cuidado” requiere una profunda madurez psicológica y espiritual para ser vívido positivamente.
Una bellísima expresión de esta madurez la encontramos en el testimonio del P. Cosme Robredo, un misionero salesiano español que trabajó muchos años en Perú y que era un gran músico. A los 83 años de edad, pocos meses antes de morir, le hicieron una entrevista y, entre otras cosas, le preguntaron cómo se sentía al estar en silla de ruedas. Respondió:
“Cosas de la vejez. Sigo teniendo muchas músicas en el alma y muchas notas en el corazón, pero ya no soy capaz de dirigir una orquesta. Dios me ha dado la claridad de mente y espíritu despierto, pero el cuerpo ya no acompaña. No lamento lo que no puedo hacer, hago todo lo que puedo en esta situación. Puedo arrastrar los pies, no quiero arrastrar el espíritu, ni quiero que mi espíritu camine en silla de ruedas.”
Junto a este testimonio está el de tantos religiosos y religiosas (está claro que no todos) que, con su manera de dejarse cuidar y de afrontar la experiencia de la dependencia y la cercanía de la muerte, nos dan un gran ejemplo a todos para afrontar la vida en todas sus dimensiones. Un testimonio de que su vida consagrada a Dios y a los demás ha valido la pena. Miguel Angel Millán, Fundación H.R. San Camilo. Artículo en Revista HUMANIZAR La misión de la FUNDACIÓN HOSPITAL RESIDENCIA SAN CAMILO, en su Programa de Atención a la Vida Consagrada, es promover la salud integral de cada persona conjugando competencia y humanidad, con un estilo propio y diferenciado, de inspiración cristiana y basado en la humanización de la asistencia. Asistencia que, además de cuidar, diagnosticar y tratar los enfermos y residentes en cualquier fase de su vida, busca prevenir la enfermedad, aliviar el sufrimiento y acompañar al enfermo.