Compartimos la homilía del P. General Leocir Pessini en la Eucaristía de Inauguración del curso académico y de los 30 años de vida del Camillianum, el pasado lunes 30 de octubre.
HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
Inauguración del Año académico 2017/2018, XXX aniversario de la Fundación del Camillianum
EL SUFRIMIENTO QUE INFUNDE ESPERANZA EN EL CORAZÓN HUMANO Y EN LA HUMANIDAD
P. Leocir PESSINI, Superior General de la Orden Camiliana, Moderador General del Camillianum
Muy apreciada comunidad académica del Camillianum, presidencia, docentes, estudiantes, colaboradores;
Estimados amigos de la Orden y del carisma camilianos;
Queridos participantes en esta reunión que celebra el XXX aniversario de la Fundación del Camillianum:
una cálida y fraterna bienvenida a todos en el contexto de la inauguración del nuevo año académico 2017/2018.
Estamos viviendo unidos, con alegría y en fraternidad, la apertura de esta jornada que para los religiosos camilos tiene un significado muy especial: dar gracias al Señor por los treinta años de actividad académica pensada y vivida en nuestro Instituto Internacional de Teología Pastoral Sanitaria, que desde el año 2012 está incorporado a la Facultad de Sagrada Teología de la Pontificia Universidad Lateranense. De las lecturas bíblicas que acabamos de proclamar y escuchar en la liturgia de la Palabra de este día, me parece que parte un haz de luz que nos brinda claridad y sentido para comenzar e introducirnos en la dimensión conmemorativa e intelectual propia de esta jornada académica.
Deseo presentar una reflexión articulada en cuatro puntos inspiradores:
- Una breve síntesis del mensaje bíblico de hoy;
- El recuerdo de algunos elementos esenciales del carisma y del ministerio camiliano de la misericordia en el mundo del sufrimiento;
- Algunos matices del mensaje eclesial contenido en la carta apostólica Salvifici Doloris, del papa san Juan Pablo II (11 de febrero de 1984) y en la carta encíclica Spe salvi, del papa Benedicto XVI (30 de noviembre de 2007);
- El agradecimiento a todos los protagonistas de esta historia articulada a lo largo de treinta años de enseñanza en el Camillianum.
Abramos las puertas del mundo misterioso del sufrimiento a través del ofrecimiento de la inspiración bíblico-teológica de esta jornada.
1. La inspiración bíblico-teológica
Recordemos sintéticamente los textos bíblicos de la liturgia de hoy:
- Primera lectura (Rom 8,12-17). San Pablo dice en la carta a los Romanos (Rom 8,12-17) que “los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Porque no hemos recibido el espíritu de esclavitud, sino que hemos recibido el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ¡Abba! ¡Padre! Y si somos hijos, somos también herederos, herederos de Dios, coherederos de Cristo, si es que padecemos con él, para ser también glorificados con él” .
- Salmo 67. “Dios es imponente desde su santuario. Es el Dios de Israel que da a su pueblo fuerza y poderío. Bendito sea Dios que nos trae la salvación. Nuestro Dios es un Dios que salva” .
- Evangelio (Lc 13,10-17). Lucas, el evangelista médico, nos ofrece un fragmento de la actividad de Jesús, que interviene curando a una mujer encorvada, “poseída por un espíritu inmundo, que la tenía enferma hacía dieciocho años”, un sábado. Jesús, como excelente terapeuta, aplicando las indicaciones básicas de una buena relación de ayuda (‘ritos’) entra en escena: ”…al verla, la llamó y le dijo: ‘Mujer, queda libre de tu enfermedad’. Le impuso las manos y al instante se enderezó y empezó a alabar a Dios”. Jesús se enfrentó al jefe de la sinagoga “indignado porque Jesús había curado en sábado”. Con gran determinación, Jesús da prioridad absoluta a la persona que sufre y está enferma (“y a esta mujer, que es hija de Abrahán, a la que Satanás tenía atada desde hace dieciocho años”), respecto a la tradición religiosa hebrea del sábado, liberándola de la enfermedad, ya se tratara de una enfermedad mental o de una posesión diabólica, Jesús, mediante su Persona, la cura y la libera del demonio. Imaginemos cuánto sufrimiento, cuántas penas y humillaciones sufriría aquella mujer durante dieciocho años de fragilidad. Imaginemos también qué nivel de libertad y dignidad ofreció Jesús con una intervención que le restituyó la vida, la dignidad y la salud.
En una sana teología de la salud, todos nosotros hemos aprendido que existe siempre un grito que suplica la salud, un grito que pide la salvación. Uno de los principales motivos que impulsa a los peregrinos a visitar los santuarios marianos del mundo (Lourdes, Fátima, Aparecida, Loreto…) procede del simple, y al mismo tiempo profundo, deseo de encontrar la salud y ahuyentar los peligros, las enfermedades, los dolores y los sufrimientos de la vida.
Veamos seguidamente algunos elementos esenciales del carisma y del ministerio camiliano de la misericordia en el mundo del sufrimiento que puedan inspirar y orientar nuestra vida.
2. La inspiración que se deriva del carisma y del ministerio camiliano.
Estos textos bíblicos, según su significado central, se encuentran en profunda sintonía con la temática de esta reunión, organizada para la inauguración del XXX año académico del Camillianum: “Dolor y sufrimiento: interpretaciones, sentidos y cuidados”. Se nos invita en estos dos días a escuchar e interactuar con diversos expertos en el tema ‘misterioso’ del sufrimiento humano: teólogos pastoralistas, psicólogos, historiógrafos, filósofos, expertos en ética y bioética, antropólogos y pastores de la Iglesia, entre otros. Juntos trataremos de ofrecer, con humildad, itinerarios en busca de sentido para orientarnos a encontrar una respuesta a la pregunta sobre el significado del sufrimiento.
Los religiosos camilos hemos aprendido de nuestro Fundador, san Camilo de Lellis, que ante una persona que sufre debemos quitarnos “los zapatos”, porque estamos entrando en un terreno –‘un misterio’– sagrado, que nos exige respeto, reverencia y solidaridad.
En nuestra Constitución y en nuestra Disposiciones Generales, cuando se habla de nuestro carisma y del ministerio, se afirma:
“Por tanto, el carisma dado en modo especial a nuestra Orden, y que constituye su índole y misión, se expresa y se realiza mediante nuestro ministerio en el mundo de la salud, de la enfermedad y del sufrimiento” (Constitución, 10).
“Carisma específico de la Orden, profesado con un cuarto voto y vivido en nuestro ministerio, es el compromiso de vivir y ejercitar la misericordia de Cristo con los que sufren” (Constitución, 42).
En relación con el ministerio se afirma:
“Por lo tanto, estamos dispuestos a asumir cualquier servicio en el mundo de la salud, para la edificación del Reino de Dios y la promoción del hombre” (Constitución, 43).
“Mediante la promoción de la salud, la curación de la enfermedad y el alivio del dolor, cooperamos en la obra de Dios Creador, glorificamos a Dios en el cuerpo humano y damos testimonio de la fe en la resurrección” (Constitución, 45).
“A la luz del Evangelio, y de forma adecuada a nuestro tiempo, ayudamos a los enfermos a buscar una respuesta a los perennes interrogantes sobre el sentido de la vida presente y futura y su mutua relación, y sobre el sentido del dolor, del mal y de la muerte. Los acompañamos con nuestra presencia y nuestra oración, especialmente en los momentos oscuros y de vulnerabilidad, de modo que nosotros mismos seamos signo de esperanza” (Constitución, 47).
“Sostenemos en la fe a los enfermos crónicos para que sepan afrontar con perseverancia sus limitaciones, hagan provechoso el tiempo de sus dolencias mediante la renovación y el crecimiento de su vida cristiana” (Constitución, 48).
Como podemos intuir, nuestro carisma y nuestro ministerio consisten, en síntesis, en ser y en llevar misericordia y luz; en ser un signo portador de salud y de salvación en el mundo del sufrimiento.
Veamos a continuación algunos puntos de dos documentos del magisterio: la carta apostólica Salvifici Doloris (del papa Juan Pablo II) y la carta encíclica Spe Salvi (del papa Benedicto XVI).
3. El mensaje de la Salvifici Doloris y de Spe Salvi y la “teología de las lágrimas” del papa Francisco.
Algunas observaciones de naturaleza antropológica y teológica.
San Juan Pablo II dice en la carta apostólica Salvifici Doloris (SD): “El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico” (SD, 4). Y más adelante leemos: “Dentro de todo sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿Por qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una pregunta acerca de la finalidad (para qué): en definitiva, acerca del sentido” (SD, 9).
La respuesta al sufrimiento humano (al porqué) la encontramos en el relato del buen samaritano (Lc 10,25-37). El buen samaritano es quien ve y se detiene, se muestra dispuesto a ayudar y aliviar el sufrimiento de otra persona, sea cual sea la naturaleza de su sufrimiento. “Buen samaritano es todo hombre que se para junto al sufrimiento de otro hombre, el hombre sensible al sufrimiento, el hombre que ‘se conmueve’ ante la desgracia del prójimo” (SD, 28); es quien realmente ofrece una ayuda eficaz ante el sufrimiento.
Superando definitivamente una visión o una solución reduccionista, ideológica y dolorista sobre el sufrimiento, la carta Salvifici Doloris nos recuerda a todos que la verdadera respuesta al sufrimiento humano es el amor. “El sufrimiento, que bajo tantas formas diversas está presente en el mundo humano, está también presente para irradiar el amor al hombre, precisamente ese desinteresado don del propio ‘yo’ en favor de los demás hombres, de los hombres que sufren’ (SD, 29).
La carta encíclica Spe Salvi, del papa Benedicto XVI, presenta el sufrimiento (SS, 35-40) como uno de los lugares de aprendizaje y de ejercicio de la esperanza juntamente con la oración y el juicio final.
A partir de la constatación de que el sufrimiento forma parte de la existencia humana, se evidencia que el sufrimiento “se deriva, por una parte, de nuestra finitud y, por otra, de la acumulación de culpa que a lo largo de la historia se ha producido y que también en el presente crece de modo imparable” (SS, 36). “Es preciso hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento: impedir, en la medida de lo posible, el sufrimiento de los inocentes, calmar los dolores, ayudar a superar los sufrimientos psíquicos. Son todos ellos deberes tanto de la justicia como del amor”. El papa Benedicto XVI observa que “en la lucha contra el dolor físico se han conseguido realizar grandes progresos; el sufrimiento de los inocentes y los sufrimientos psíquicos han aumentado sensiblemente a lo largo de los últimos decenios” (SS, 36).
Prosigue reflexionando que “debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero eliminarlo completamente del mundo no está en nuestras posibilidades, sencillamente porque no podemos alejar de nosotros nuestra finitud y porque nadie es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa que (…) es continuamente fuente de sufrimiento. Esto solamente podría realizarlo Dios: solo Dios, que personalmente entra en la historia haciéndose hombre y sufre en ella. Nosotros sabemos que este Dios existe y que por su poder “quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Con la fe en la existencia de este poder ha aparecido en la historia la esperanza de la curación del mundo” (SS, 36).
¿Cuál será la actitud que el hombre debe asumir para poder afrontar el dolor y el sufrimiento? Según la Spe Salvi, “no es esquivar el sufrimiento ni la huida delante del dolor lo que cura al hombre, sino la capacidad de aceptar la tribulación y en ella madurar y encontrarle sentido mediante la unión con Cristo, quien sufrió con amor infinito” (SS, 37). Esto es lo que comprendieron y vivieron –y ahora nos enseñan– los mártires y los santos de la fe.
“Una sociedad que no consigue aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la com-pasión a lograr que el sufrimiento sea compartido y llevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (SS, 38), afirma Benedicto XVI en la encíclica citada. Cada uno de nosotros tiene un cometido interior que realizar cuando el Papa afirma que “nadie puede aceptar el sufrimiento del otro si él personalmente no consigue encontrar en el sufrimiento un sentido, un camino de purificación y de maduración, un camino de esperanza’ (SS, 38).
En el campus de la Universidad pontificia de Santo Tomás, en Manila, el papa Francisco, el 18 de enero de 2015 se encontró con unos 35.000 jóvenes filipinos. Se le acercó Gljzelle Palomar, de doce años, y le preguntó al Papa por qué existía el dolor inocente, el escándalo de los escándalos, sobre el que desde hace siglos se devanan los sesos filósofos y teólogos: “Hay tantos niños rechazados por sus propios padres, hay tantos que son víctimas, que les suceden cosas terribles, como la droga o la prostitución”, dijo Gljzelle. “¿Por qué Dios permite que sucedan estas cosas si los niños no son culpables de nada? ¿Y por qué hay tan pocas personas que les ayudan?”. La niña no consiguió terminar su pregunta porque el sollozo se lo impidió. El Papa, apartando el texto, le respondió espontáneamente: “Hoy he oído la única pregunta que no tiene respuesta; no le han bastado las palabras, ha necesitado las lágrimas. Para el núcleo de tu pregunta no hay respuesta. Solo cuando somos capaces de llorar sobre las cosas que has dicho somos capaces de responder a esta pregunta: ¿Por qué sufren los niños?”.
Y prosiguió: “Cuando el corazón es capaz de llorar podemos entender algo. Existe una compasión mundana que para nada es útil. Una compasión que es poco más que meter la mano en el bolsillo y sacar una moneda. Si la respuesta de Cristo se hubiera compadecido así, habría ayudado a tres o cuatro personas y habría retornado al Padre. Solo cuando Cristo fue capaz de llorar comprendió nuestro drama. Queridos jóvenes, al mundo de hoy le falta capacidad para llorar. Lloran los marginados, los que han sido dejados aparte; lloran los despreciados, pero no entendemos mucho sobre esas personas que no tienen necesidad de llorar. Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos que han limpiado las lágrimas. Pido que cada uno se pregunte: ¿He aprendido a llorar?…”. En medio de la muchedumbre oceánica de Filipinas, la “teología de las lágrimas” del papa Francisco se enriqueció con otras palabras: “Aprendamos a llorar como ella (Gljzelle) nos ha enseñado hoy”, dijo Bergoglio a los jóvenes. Leemos en el Evangelio que Jesús lloró por un amigo que había muerto, lloró por una familia que había perdido a una hija, lloró cuando vio a una pobre viuda que enterraba a su hijo, se conmovió hasta las lágrimas cuando vio a la multitud sin pastor. Quien no sabe llorar no es un buen cristiano. Sed valientes, no tengáis miedo a llorar”.
Recordemos lo que dijo Cicely Saunders (1918-2005), médica británica, pionera de los cuidados paliativos, fundadora del St. Christopher’s Hospice de Londres: “El sufrimiento es insoportable solamente cuando nadie lo cura”. Es lo que piensa también el papa Benedicto XVI cuando dice que el sufrimiento vivido en medio de la compasión, cuando es viva la presencia del otro, está penetrado por la luz del amor: “La palabra latina ‘con-solatio’, consolación, lo expresa de manera muy hermosa, pues sugiere un estar-con en la soledad, que entonces ya no es soledad” (SS, 38).
A lo largo de la historia humana, centenares de miles de páginas se han escrito sobre el dolor, el sufrimiento y especialmente la búsqueda incansable de su sentido, sobre el “porqué” y el “para qué”. Hoy nosotros distinguimos entre dolor y sufrimiento. La Salvifici Doloris” afirma: “Obviamente, el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los animales. Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué; y sufre de manera humanamente aún más profunda si no encuentra una respuesta satisfactoria” (SD, 9).
¡Quién no se ha hecho preguntas sobre la famosa historia bíblica de Job o no ha oído expresiones de personas que hablan de “dolor del alma”, del “dolor del corazón, expresiones metafóricas de un sufrimiento emotivo interior y espiritual muy profundo! Existen muchos estudios actualmente en el mundo de la salud, y especialmente en la medicina, para abordar las cuestiones propias del dolor y del sufrimiento humano.
Recuerdo a un autor, considerado un clásico, por mí preferido: Eric J. Cassell, muy respetado en el mundo anglosajón, quien escribió un libro titulado “The nature of Suffering and the goals of medicine” (La naturaleza del sufrimiento y los objetivos de la medicina), así como un centenar de artículos científicos escritos en los últimos treinta años. Baste para despertar el deseo de leerle y profundizar en el pensamiento de este médico neurólogo norteamericano recordar su concepto del dolor y del sufrimiento: “Solamente las personas tienen un sentido del futuro y solamente ellas pueden ofrecer un significado. Los cuerpos no sufren, solamente las personas sufren. Esta es la verdad crucial del sufrimiento. El sufrimiento es la preocupación específica que llega cuando las personas sienten su integridad y su plenitud de ser humanos amenazadas o desintegradas, y el sufrimiento continúa mientras la amenaza no desaparece y la integridad o la plenitud son recuperadas” (ERIC J. CASSELL, “The Nature of suffering and the goals of medicine”, New York, Oxford University Press, 1991, 217).
Para Cassel, el dolor está muy relacionado con nuestra dimensión física orgánica, con el sistema nervioso central. En este sentido, nuestros cuerpos perciben el dolor pero no el sufrimiento, que es lo que la persona siente. Para afrontar y aliviar el dolor (terapia del dolor) disponemos de fármacos específicos, de analgésicos y en gran medida la solución está en la farmacopea. Por lo que se refiere al sufrimiento, es decir, a lo que afecta “a la integridad y la plenitud de la persona”, para hacer frente a esta realidad, tenemos dos posibilidades.
Para la búsqueda de un significado del mismo debemos acudir a la trascendencia, que alimenta la dimensión de la fe y la espiritualidad de nuestra vida. Estos elementos pueden ser realizados únicamente en el laboratorio de la ‘interioridad humana’. En busca de un nuevo significado del sufrimiento contamos con el ejemplo de Victor Frankl, médico, superviviente de los campos de concentración nazis, creador de una línea de psicología llamada logoterapia, es decir la búsqueda del sentido de la vida. Frankl afirma que “quien tiene un ‘porqué para vivir casi puede con cualquier ‘cómo’”. Un filósofo brasileño, Oswaldo Giacoia Jr., dice que “lo insoportable no es el dolor en sí mismo sino la falta de sentido del dolor, más aún, el dolor por la falta de sentido”.
En relación con la búsqueda de significado, podríamos hacernos una nueva pregunta:
¿No podría residir justamente aquí, en esta búsqueda de sentido, la fuente de la realidad de la que se habla hoy tanto en el ámbito de las ciencias humanas, y particularmente en psicología, o sea, de la resiliencia? Cada día es más compartida la necesidad de ser personas resilientes, de estructurar organizaciones y comunidades resilientes, especialmente ante las tragedias de la vida, ante la pérdida de las personas amadas, ante las situaciones de burn- out…
En el ámbito de la trascendencia podemos destacar un creciente interés en explorar el vínculo entre vida espiritual y salud. En Estados Unidos, la John Templeton Foundation dedica anualmente millones de dólares a publicaciones científicas y estudios sobre un recorrido que implica religión, espiritualidad y calidad de vida y salud. La OMS (Organización Mundial de la Salud), superando una visión positivista de la salud, finalmente se está abriendo a una posición que valore esta importante dimensión de la vida humana: la trascendencia con sus valores humanos ligados a la espiritualidad que determina un impacto tan significativo sobre la calidad de la vida y de la salud de la persona.
Como conclusión, formulo un pensamiento sobre nuestro Instituto Internacional de Teología Pastoral Sanitaria, el Camillianum.
4. El Camillianum: después de treinta años de vida se percibe la necesidad de reinventarlo.
Hago solamente algunas rápidas alusiones, ya que a lo largo de esta mañana tendremos un encuentro académico centrado en este tema. La primera inspiración del Camillianum se basó en la ‘nova schola caritatis’ intuida y llevada a cabo por san Camilo de Lellis en los lejanos días de los siglos XVI-XVII. Todavía hoy sigue siendo actual y profético su grito: “¡Hermanos, más corazón en las manos!” ante la realidad de un cuidado del hombre, quizá más tecnificado en muchos ámbitos pero profundamente caracterizado por la indiferencia y la deshumanización: una de las razones más importantes para su existencia consiste en generar en nuestra contemporaneidad una nueva cultura de la promoción de la salud, de la prevención de las enfermedades, de la humanización de las estructuras sanitarias, del respeto y del cuidado de la vida humana herida por la enfermedad, por el dolor y por el sufrimiento.
Hoy el Camillianum es interpelado para afrontar importantes retos con el fin de garantizar continuidad a sus actividades educativas para la “formación del corazón” (“Deus caritas est”, 31/a) y por tanto insertarse en el mundo de la salud.
Creo que una dimensión importante de esta misión de “re-inventar” el Camillianum ha sido la conexión académica con la Pontificia Universidad Lateranense (2012). Esta opción debe continuar y engendrar en nosotros una cierta inquietud sobre el desarrollo del Instituto y la cualidad del cuerpo docente, de las infraestructuras, de la presencia de estudiantes como expresión de la geografía camiliana mundial. Dicho proceso debe continuar con la reestructuración de algunas dinámicas internas, dando la debida importancia a la dimensión económica y administrativa, creando una nueva cultura de gestión universitaria y de búsqueda autónoma de fondos de apoyo.
Deseo expresar un sincero y sentido agradecimiento a todos los protagonistas de la primera hora, quienes se empeñaron en el nacimiento y la apertura del Instituto. Muchos de estos pioneros ya no están aquí (el padre Calisto Vendrame, el padre Francisco Álvarez, el padre Emidio Spogli, el padre Domenico Casera…). Que Dios les conceda a todos el premio de la felicidad eterna y que puedan continuar siendo nuestros sabios inspiradores.
A todos los pioneros que todavía hoy siguen con nosotros y que con alegría comparten este momento de ?????? (gracia), el padre Angelo Brusco, el padre Frank Monks, el padre Renato Salvatore, el padre Luciano Sandrin, el padre Eugenio Sapori, el padre Arnaldo Pangrazzi, el padre Giuseppe Cinà, y a muchos otros, les expresamos nuestra gratitud en nombre de todos los camilos de la Orden.
Que el Señor, san Camilo y la Virgen de la Salud transformen nuestros corazones para ser y vivir como verdaderos servidores samaritanos de la sabiduría de Dios en la gestión y el conocimiento humano y científico en el mundo de la salud.
¡Bendito sea nuestro Señor Jesucristo!