Consuelo Santamaría nos ofrece su testimonio de la experiencia vivida en Sierra Leona en la formación de agentes de atención psicosocial para intervenir con las victimas del ébola.
NO QUIERO OLVIDAR
No, no quiero olvidar porque mi viaje a Sierra Leona ha estado invadido de sensaciones, emociones, desconciertos y vibraciones especiales. Esa variedad emocional que te hace desear parar la fugacidad de la vida para descubrir y profundizar en el porqué de esos estremecimientos internos, detener el tiempo para saborear la contradicción, paralizar la vida para entender el sufrimiento. Han sido tantas emociones que hasta los instantes de riesgo me hubiese gustado convertirlos en eternos. Pero el tiempo pasa y de nuevo he de enfrentarme a este mundo consumista y alterado que nos lleva a más absoluta falta de empatía con los que sufren, por eso quiero recordar para no falsear la realidad de la vida.
He mirado con avidez cada rincón de Makeni. Cada mañana cuando me dirigía al centro de Pastoral para llevar a cabo la formación iba captando imágenes con la cámara de mi móvil para que ningún detalle se me olvidase.
No quiero olvidar las casas precintadas porque alguien ha muerto por el ébola y los supervivientes no pueden salir de sus casas durante la cuarentena. No quiero olvidarlo para sentirme con ellos en estos días de aislamiento que tengo que vivir.
No quiero olvidar el bullicio de la ciudad que busca vender un mango o hacerse con unas monedas con el magnífico negocio de sus frutas, no quiero olvidarlo cada vez que vaya a un hipermercado a llenar mi carro de la compra.
No quiero olvidar los días de toque de queda, en los que ese bullicio se convierte en soledad, en silencio, nadie puede salir a la calle salvo los que tienen un permiso especial, traspasar el umbral de la puerta está prohibido y si alguien lo hace le detiene. Esto, aunque parezca duro es una medida preventiva, así pueden recorrer las casas y ver si hay enfermos en ellas, para acabar con el ébola.
No quiero olvidar el bombardeo informativo que tuvimos en España cuando una persona estuvo contagiada en el hospital Carlos III. Un exceso de información que ha llevado a confundirnos con relación a la transmisión de la enfermedad. No quiero olvidarlo porque allí, en Sierra Leona, para informar hay que ir a las familias una a una, en muchas ocasiones pues la comunicación a través de televisión, periódicos, etc. no es ni posible ni accesible.
No quiero olvidar a los niños que se enjabonan en un barreño en la calle con la sonrisa abierta a la vida, no quiero olvidarlos cada vez que yo entro en la ducha de mi casa… ni a esos niños que han estado nueve meses sin escuela como prevención y que hace unos días empezaron sus clases con la orden de no tocarse. ¿Es esto posible?
No quiero olvidar las miradas profundas que se metieron en mi corazón mientras recorría las calles camino del centro de pastoral, miradas interrogadoras, curiosas, insondables, miradas que están dentro de mí. Miradas que yo saqueé y secuestré de sus rostros y que ahora están en mi alma. Miradas sin dueño y sin cara… pero dentro de mi. No quiero olvidar esas miradas universales que reflejaban el miedo, el dolor y la esperanza. A veces, allí, en Sierra Leona no interpretaba bien su significado, necesitaba entrar en el silencio de mi corazón para entender su profundidad.
No quiero olvidar a los participantes de la formación, porque son ellos los que irán a llevar consuelo y esperanza a las familias con niños huérfanos, a esas familias que viven con menos de dos dólares al día, a esas familias que han sido rotas por el ébola, a esos niños cargados de miedo que creen que el ébola es un espíritu maligno que les puede atrapar por la noche. No quiero olvidar, ni a los participantes, ni a las familias porque ellos son el sentido de mi viaje y con ellos me siento parte viva de la humanidad que sufre.
No quiero olvidar a José Carlos Bermejo, que confió en mí y por eso fui, ni a los camilos como el hermano Luca, italiano, o el padre Aris y padre Sam, el padre John de Kenia, o el padre Anthony de la India, ni a Anita o Marco, al padre Natalio, italiano también, a los javerianos, al padre Luis y… no quiero olvidarlos, porque como dijo un locutor en una emisora de la cadena Ser, hablando de las personas que están en el África Occidental trabajando contra esta catástrofe humanitaria y económica, ellos son los auténticos Patrimonios de la Humanidad, no quiero olvidarlos porque ellos rescatan mis miedos, ellos impulsan mi espíritu, ellos dan sentido a mi solidaridad y ellos son ejemplo para mi vida.
No, no quiero olvidar que mientras en Sierra Leona hay 72 médicos en todo el país y un solo psiquiatra, ni hay estudios de psicología para atender tantos duelos y tantos sufrimientos, aquí tenemos acceso no sólo a atenciones psicológicas y psiquiátricas cuando el dolor nos ataca de frente y sin piedad, sino también a unidades de estética y embellecimiento corporal para sentirnos más jóvenes o transformar nuestro cuerpo que envejece en uno “mejor visto”…
No quiero olvidar la pobreza de la iglesia que como vinajeras tiene frasquitos de tomate pequeños o echan directamente el vino de la botella o tienen como hisopo una escoba con un palo corto. No, no quiero olvidar esta iglesia pobre, que a pesar del sufrimiento por ese “espíritu maligno” llamado ébola, canta alegremente y baila en sus celebraciones para alabar a Dios.
¡No! No quiero olvidar que en el mundo hay tantas y tantas diferencias, porque no quiero dejarme atrapar por las garras de la injusticia, aunque sólo sea para poder ponerlas palabras y recordarlas.