Jornada Mundial de la Vida Consagrada
El próximo Lunes 2 de febrero, festividad de la Presentación de Jesús en el templo, se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada que en esta ocasión tiene como lema “Amigos fuertes de Dios”.
El próximo Lunes 2 de febrero, festividad de la Presentación de Jesús en el templo, se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada que en esta ocasión tiene como lema “Amigos fuertes de Dios”.
La Santa Sede ha ya dado a conocer el Mensaje del papa Francisco para el tiempo litúrgico de la Cuaresma, que comienza el próximo 18 de febrero con el Miércoles de Ceniza. El tema de este año: “Corazones fuertes para vencer la indiferencia”.
Queridos hermanos y hermanas: La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos. Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia. La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan. Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida. El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.
La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre. La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.
Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31). Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones. En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897). También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón. Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres. Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad. Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.
También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia? En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración. En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad. Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos. Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro. Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia. Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde. Vaticano, 4 de octubre de 2014 Fiesta de san Francisco de Asís Franciscus
El Centro de Humanización de la Salud te invita a participar del curso “De la interioridad hacia el compromiso. Reflexiones y retos" los días 20 y 21 de febrero con Marije Goicoetxea.
Tres religiosos de votos temporales de la Delegación de Argentina renuevan sus votos ante el Hno. José Carlos Bermejo, Vicario Provincial de los Religiosos Camilos en España.
Los religiosos de esta comunidad trabajan como capellanes en cuatro hospitales. Además colaboran con la comunidad de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, con la Escuela de Escucha y en la formación de los postulantes. Todos están activamente presentes en la pastoral sanitaria de la archidiócesis.
Esta comunidad está al servicio del Hogar San Camilo que acoge a 70 niños y jóvenes con discapacidad.
El pasado sábado 24 de enero se celebró un encuentro fraterno del Superior General de la Orden de los Religiosos Camilos y las Superioras Generales de las Hijas de San Camilo y de las Ministras de los Enfermos, así como de sus respectivos Consejos Generales. El encuentro finalizó con este mensaje para la Gran Familia de San Camilo.
En una sociedad en que la convivencia se hace difícil por las diferencias culturales y la desigualdad, estamos llamados a ofrecer un modelo concreto de comunidad, para llegar a ser “expertos de comunión”. Todo ello con pasos pequeños y humildes, fuertes y esenciales, siendo dóciles a la profecía, valientes para responder con realismo y sinceridad a los signos de los tiempos, siendo resilientes en las pruebas, dúctiles y generosos a las llamadas de salud y de salvación de las “periferias” que nos hacen crecer en madurez y renuevan nuestra ilusión en el servicio a los más necesitados. Estamos llamados ser, en primer lugar, mujeres y hombres de comunión, haciéndonos presentes con valentía allí donde hay sufrimiento y tensión, con el propósito de ser signo creíble de la presencia del Espíritu que infunde en los corazones la pasión para que todos seamos uno (cfr. Jn. 17,21). Es un deseo compartido por nuestras tres familias religiosas, el iniciar un camino juntos en los ámbitos de la formación, de la pastoral vocacional y de la espiritualidad. Además deseamos incrementar la comunicación entre nosotros y la colaboración en el ministerio, teniendo como referencia la acción del carisma que compartimos. Para dar continuidad y solidez a este primer encuentro y organizar los próximos, el P. Leocir Pessini – Superior general de los Religioso Camilos – la Hna. Zelia Andrighetti – Superiora general de las Hijas de San Camilo – y la Hna. Lauretta Gianesin – Superiora general de las Ministras de los Enfermos – han acordado, junto con los respectivos consejeros generales, crear una pequeña comisión de coordinación – con un representante de cada instituto – que pueda fijar la fecha y el tema del próximo encuentro, estudiando formas concretas de colaboración en los diferentes ámbitos, identificado y garantizando una mejor comunicación entre nuestros institutos. María, Virgen de la Salud, San Camilo, el beato Enrico Rebuschini, la beata Josefina Vannini, el beato Luís Tezza, la beata María Dominica Brun Barbantini y nuestros Mártires de la Caridad, continúen a acompañarnos, sostenernos y provocarnos con su testimonio de vida. Roma. 24 enero 2015
José Carlos Bermejo ha impartido el día 21 de enero una conferencia sobre “Estoy en duelo”. La actividad fue organizada por el Centro de Escucha San Camilo con el objetivo de sensibilizar crear cultura sobre el duelo.
Como apoyo al Centro de Escucha San Camilo de Ciudad Real, en el marco de las actividades que este realiza de sensibilización y cultura, José Carlos Bermejo impartió el día 21 de enero una conferencia con el título “Estoy en duelo”. En la misma se presentó también la última edición del libro con dicho título. Más de 130 personas acudieron al encuentro en la Parroquia San Pablo, a pesar del frío. En el encuentro se reveló, al hilo de las abundantes preguntas, la más que oportuna necesidad de generar cultura sobre duelo, tanto desde el punto de vista psicológico como espiritual y religioso. Una gran laguna, además de mucho sufrimiento, está pidiendo pensar, compartir, difundir publicaciones, generar servicios especializados. Afortunadamente la ciudad cuenta en Miguelturra, con este Centro de Escucha.
El día 20 de diciembre de 2014 la Asociación de los trasplantados Hepáticos de Andalucía, entregó una placa de reconocimiento al P. Dionisio Manso, en agradecimiento por su dedicación y compromiso con los enfermos del hospital Virgen del Rocío y en especial para los trasplantados hepáticos.
Los días 16 y 17 de enero de 2015 se realizó en el centro de escucha de la ciudad de Sevilla, el curso “El duelo en los niños: el niño y su espiritualidad” a cargo de Consuelo Santamaría.