El Padre Francisco Álvarez, superior de los religiosos camilos de la Provincia española, participó este sábado 4 de febrero en la XXV Jornada Diocesana de pastoral de la salud de Málaga. En ella, el P. Francisco impartió dos conferencias a los 200 agentes de pastoral y visitadores de enfermos que participaron: "La Iglesia, hogar y escuela de saludad" y "Orientaciones para una pastoral saludable". Compartimos la entrevista que realizó la Delegación Diocesana de Medios de comunicación.
Desde niño tuvo claro que quería ser sacerdote. «Claridad infantil pero nítida», afirma Francisco Álvarez, provincial de los Religiosos Camilos. Reconoce que ser “Ministros de los Enfermos” no suena bien, pero lo explica afirmando que bajo ese nombre está el programa de Jesús, el ideal vivido por San Camilo durante cuarenta años y que es también el programa de la Orden: servir.
Profesor de Teología de la Salud en el Instituto Camillianum (Roma), ha visitado nuestra diócesis para participar en la Jornada Diocesana de Pastoral de la Salud.
P. Provincial de los Religiosos Camilos, Orden a la que pertenece desde hace aproximadamente cincuenta años. ¿Cómo nació en usted esa vocación? R. Ya desde niño tuve claro que quería ser sacerdote. Claridad infantil pero nítida. Luego, el resto del camino ha sido un proceso de descubrimientos, de interiorización, de asimilación. También de seducción. Yo nunca me he visto a mí mismo en otra posible forma de vida. Gracias a Dios. P. ¿Qué significa ser ministro de los enfermos? R. Parece que no suena bien, ¿verdad? Sin embargo significa servir, y está en el programa de Jesús, quien, con esa misma expresión, dijo: No he venido para ser servido, sino para servir. Y ese fue el ideal vivido por S. Camilo durante cuarenta años. El programa de la Orden. P. El dolor, el sufrimiento, sea físico o psicológico, puede acercarnos o alejarnos de Dios. ¿En qué factor radica la diferencia? R. Una respuesta la dio el añorado José Luis Martín Descalzo: “El sufrimiento es como la uva. De ella puedes sacar vinagre o vino oloroso”. Y añadía: “La tragedia está en que depende de ti”. Tragedia o grandeza, según se mire. En el sufrimiento el creyente puede efectivamente abandonar a Dios, o abandonarse en Él. Es un misterio con el cual convivimos. De ahí que, mejor que preguntarse por qué, es preferible acertar en el para qué: cómo vivirlo, con qué sentido. O en todo caso tratar de ver de dónde surgen las preguntas… P. Numerosos estudios corroboran que la práctica religiosa es positiva en la recuperación de una enfermedad. ¿Es la fe una práctica saludable? ¿Por qué? R. Curiosamente esos estudios comenzaron ya en el siglo XIX en Japón. Y en el 2007 se publicaron al menos 360 investigaciones sobre el tema en Estados Unidos. Desde luego, está fuera de duda la relación fe/religión/salud/enfermedad. Una cuestión que, en forma de cursillo, se estudia en el 50% de las Facultades de Medicina de Estados Unidos. La fe bien vivida, la oración, la meditación, los sacramentos, la participación comunidad… tienen efectos benéficos sobre la salud. No necesariamente curan pero dan sentido, aportan serenidad y confianza, refuerzan el sistema inmunológico espiritual, dan una nueva calidad de vida, liberan de esclavitudes, proponen un estilo de vida sano de valores… El Evangelio, en definitiva, es fuente de vida. Una manera saludable de vivir. P. ¿Cuáles son principales retos que afronta el mundo d la salud en el siglo XXI? R. Qué difícil. Yo destacaría los siguientes: La persistencia de las desigualdades e injusticias (pobreza que mata, enfermedades olvidadas, fármacos “huérfanos”…); la insostenibilidad económica de los sistemas sanitarios del mundo rico; el incremento de patologías ligadas a la conducta; la búsqueda exasperada o espasmódica de salud; los nuevos problemas éticos planteados en relación con la vida y la muerte; la deshumanización… P. Las personas que trabajan en el ámbito de la salud (médicos, auxiliares, cuidadores, agentes de pastoral, acompañantes) juegan un papel importante en la sociedad en general y en la vida de las personas en particular. ¿Cómo podremos cuidarles? R. Me gusta eso de que “los cuidemos”. Sí, son profesiones/vocaciones de una fuerte carga humana, de contacto permanente con lo serio de la vida, con situaciones estresantes… La calidad humana y profesional depende mucho, por tanto, de su capacidad relacional, de su inteligencia emocional, de sus habilidades para afrontar el sufrimiento… P. ¿Cuidamos suficientemente la salud los cristianos o relacionamos el ser mejor persona con cuidarnos poco a nosotros mismos? R. Me gustaría que los cristianos, antes, por ejemplo, de someterse a dietas torturadoras (la nueva “cuaresma” de algunos/as), o decidirse por la cirugía estética (también llamada “medicina perfectiva”) consultaran el Evangelio… En principio ser buen cristiano significa escoger un modo de vida saludable, también porque sabemos o aprendemos a cuidarnos. La salud es un don precario y precioso. P. ¿Encontramos algún ejemplo clarificador de una vida saludable en el Evangelio? R. Por supuesto, Jesús mismo. Él era saludable, de él salía una fuerza interior que ponía buena a la gente, por donde pasaba dejaba un rastro saludable; era libre, inmensamente libre; sus relaciones eran sanas y enriquecedoras; muy humano y humanizador; tenía una visión positiva de la vida y de los bienes de este mundo; interiorizaba y se comunicaba; derrochaba amor y compasión; y, muy importante, nos reveló que Dios es Amor, amor entrañable. Es imposible no ver en él a un ser sencillamente excepcional, por humano y por divino. P. ¿Qué consejo de salud daría a los lectores? R. Consejos, consejos… Que escuchen al sabio interior que llevan dentro… Que vivan una relación sana, saludable, agradecida con su propio cuerpo… Que vivan a diario la novedad, el prodigio y la fragilidad de la salud.